Detrás de lo que ven mis ojos
nada existe. Mi ser
sólo goza con aquello que palpa
y mi mano es más real
que todas las teorías.
(No vivas
hacia dentro:
la sangre
se acobarda.)
Y tras la nebulosa de los días
una certeza me consuela:
saber que sólo para mí existe
cuanto roza mi existencia.
Há metafísica bastante em não pensar em nada.
ALBERTO CAEIRO
(Heterónimo de Fernando Pessoa)
¿La danza es un lenguaje, es decir algo humano o simplemente una expresión vital, común a todos los animales?
¿Es el animal un ser que se mueve?, y de ser así ¿podemos decir que es un ser que danza?
La definición de animado proviene de lo “que tiene alma”, es decir que está vivo, en oposición a inerte. La disociación cuerpo alma es la que sostiene esta concepción disociante, que puede entenderse más o menos así: “La vida no se mueve, la vida es movida por el espíritu o alma que la anima y le da forma, y ese espíritu que la anima es trascendente a la vida misma, es decir procede de donde proceden todas las ánimas”: Dios. Aún hoy, cuando nos expresamos con frases como “estoy des-animado” o “¡Vamos, animate!” o “Tú me des-animas” separamos sin asumirlo, vida de anima, o sea, cuerpo de alma. Por eso considero que ha sido muy importante la lectura de Morris Berman, y su concepción de que el centro de la problemática humana es la des-somatización a la que la cultura nos va sometiendo.
Es importante recordar algo que resalta Morris Berman del tiempo de los cazadores recolectores. Para éstos, lo sagrado y lo profano se confunden; justamente por esto, lo sagrado está en el mundo, en la presencia de lo cotidiano; los ancestros celebran los colores y los movimientos de la vida, (los ríos, los vientos…los animales) No hay un concepto separado que defina lo que anima de lo animado. (Tal vez deberíamos redefinir o abandonar el concepto de animal para conservar simplemente el de ser vivo).
Berman resalta también que los hombres y las mujeres del paleolítico imitaban los movimientos corporales de los animales, con lo cual podemos imaginar la enorme importancia que ha tenido esto en la formación de la identidad de aquellos humanos. Una identidad modelada por el contacto corporal y la fusión con un ambiente no mediatizado por el sentido sino más bien por los sentidos. Estos seres del paleolítico vivían la presencia en el mundo más que una visión del mundo). Berman también nos muestra que en lo que él llama “la cultura de la paradoja” se privilegia la experiencia somática, donde no importa una imagen del Yo; la ausencia de espejos hace que el individuo no se vea más que a través del encuentro con el entorno y con los demás.
Una de las consecuencias más interesantes de este comportamiento de los cazadores recolectores y su vivencia del presente, generada a su vez desde la vivencia somática, es que, como resultado de este estar presente, no se han visto llevados a desarrollar una estructura jerarquizada de dominio sobre los demás. No que no haya habido relaciones de poder, sino que las relaciones de poder, como en los animales, estaban más centradas en la fuerza, la necesidad y lo abundante o escaso del entorno, que en la construcción de formas de dominio propias de los que sin poder, se aprovechan del poder de los otros. Y consecuentemente con ello, tampoco han desarrollado instancias trascendentes que los superen en forma de “autoridad sagrada”, disociadas de la corporalidad, es decir espirituales o abstractas, y sobre todo temibles, que resuelvan los conflictos entre los miembros de la comunidad.
Es en el Neolítico que surge el Complejo de Autoridad Sagrada. Y en consecuencia, aparecen los dualismos: Cuerpo-alma, bien-mal, sagrado-profano, domesticado-salvaje. Es aquí donde Berman sitúa el enquistamiento de la falla básica, donde toma fuerza la rigidez y la falta de movimiento y sobre todo. Aquí es donde se agranda la distancia y la desconfianza entre Yo y el Otro. Cambia la forma de percibir la realidad situando arriba, en el cielo lo sagrado y abajo en la tierra, lo profano (lo inmundo del mundo).
Por lo tanto, los animales dejan de ser espejo de vitalidad y movimiento, reflejo de la danza de la vida. Ya no son esa presencia fusional que influía en la formación de la identidad a fuerza de vigor y movimiento, ahora son bestias horribles que asustan y a las que hay que matar o domesticar. La cultura, al cortar las fuentes de nutrición de la identidad que aporta la presencia de la naturaleza, comienza a generar formas humanas de identificación ideales: Los dioses, y luego el dios único, su versión mítico terrenal :el rey, el ángel y el santo, la virgen y la madre, el héroe y el mártir, etc. No hace falta remontarse al neolítico, basta con presenciar el ritual contemporáneo de la corrida de toros para ver esta disociación, donde un ser humano que representa la razón y la “lucidez” (por eso se viste en su “traje de luces” y antes de salir al ruedo le reza a la virgen) se dispone a matar a un toro que representa a la “bestia” animal e irracional. Y cuantas veces hemos visto a alguien que se considera elevado y poseedor de la razón, descalificar a otro que no quiere “entrar en razones”, llamándolo con todos los adjetivos bestiales que tenga a mano, comenzando por bestia o bruto para luego especificar según el caso, si lo considera un burro por poco inteligente, o un cerdo por demasiado asqueroso, o en el caso de ser mujer y gozar de independencia sexual, una yegua, etc. Difícilmente encontraremos a alguien que llame la atención a otro diciéndole “pero que racionalista”.
En el contexto de lo que Berman llama el complejo de autoridad sagrada, las personas han dejado de vivenciar para ingresar en el ámbito de la experiencia mediatizada. Mediación de la que se encargan algunos elegidoso autorizados, es decir, los sacerdotes, los que poseen el saber o se comunican con la divinidad. ¿No vemos acaso la sombra de esos sacerdotes en el rol que juegan algunos terapeutas hoy en día? ¿Y los que asumen el rol de Chamanes? Y la postura que han tomado algunos facilitadores de Biodanza, ¿está lejos de esta figura sacerdotal de autoridad sagrada?
Es imperioso formular estas preguntas, porque si hemos de ser coherentes con nuestro sistema, no podemos formular una teoría de la vivencia, de lo biocéntrico y de la sacralidad de la vida, que rescate aspectos ancestrales de las culturas del paleolítico, para después como facilitador, asumir de manera narcisista, el rol sacerdotal típico de las culturas del complejo de autoridad sagrada “¡Celebremos los instintos y el aquí y ahora, pero no cuestionen mi autoridad! ¡Todos somos iguales, pero yo soy primus inter pares”
El rol del facilitador no es el del modelo de ser humano al que su grupo ha de parecerse, sino el de alguien que facilita que cada uno pueda ir pareciéndose a sí mismo.
En este sentido, Pablo Picasso demostró, cierta vez, que además de ser un gran artista pudo ser un gran facilitador. Cierto día un millonario le pidió a Picasso que le hiciera un retrato. Picasso dudó pero finalmente accedió. Una vez finalizado, el artista mostró el retrato al sujeto, el que no pudo salir de su asombro ya que Picasso había hecho un retrato “cubista”. El hombre, en su sorpresa expresaba “no me reconozco”. A lo que Picasso respondió señalando la pintura, “Bueno mi amigo, ahora ¡a parecerse!”
El proceso de desarrollo de la identidad consiste en aquello que Píndaro decía: “Llega a ser lo que eres”. Para esto se necesita que el facilitador salga del centro y se mueva; que no pretenda ser “el camino, la verdad y la vida”.
“Hemos heredado una civilización en la cual las cosas que realmente importan en la vida humana, existen al margen de nuestra cultura. ¿Qué es lo que importa? Importa cómo se produce el nacimiento; importa cómo son criados los niños; importa tener una vida onírica, rica y activa. Importan los animales y también la seguridad ontológica, la magia de la interacción personal y la sana y apasionada expresión sexual. No importan la carrera y prestigio, ni el hacer que luzcan bien, ni lo más nuevo en arte o ciencia. Despertar a nuestros sentidos significa ordenar esto de una vez por todas. Significa también encarnarse. Y finalmente, las dos vienen a ser la misma cosa”. (Cuerpo y Espíritu, p. 337).
Se hace camino al danzar
El ser humano es un ser errante. ¿Qué otra cosa es la danza sino la errancia infinita del ser en la música del universo? Somos errantes, porque somos y al mismo tiempo hacemos camino. Somos simultáneamente, el caminante y el camino. Y como no hay “destino”, nuestro destino es errar. “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar” dice Machado.
Y sin embargo esta cultura sometida al complejo de autoridad sagrada, como dice Berman, insiste en pavimentarnos los caminos, en señalizarnos las direcciones, en encarrilarnos y marcarnos las velocidades, y por las dudas, tiene, para los que insisten en salirse del carril, para los “descarriados”, una moral caminera que a fuerza de represión nos encarrila de nuevo (“¡Estás perdiendo el rumbo!”; “¡Tu vida no tiene dirección!”; “¿A dónde vas a ir a parar?”) Y aún esto no es suficiente para nuestra cultura capitalista; no basta con estar encaminados, necesitamos hacer carrera.
Es por eso que Biodanza no debe entenderse como un nuevo camino al que los que lleguen se encarrilen. Al ser un abordaje vivencial, biodanza abre el espacio para que cada uno haga su propio camino. Algo que ciertamente no resulta fácil para la mayoría de las personas, que están acostumbradas a que les digan lo que tienen que hacer.
Es muy probable que para algunas personas, ante las primeras vivencias intensas, sientan que se salieron del camino, que perdieron el rumbo; y que en consecuencia reclamen al facilitador “Dime, ¿qué tengo que hacer?” No le corresponde al facilitador responder esa pregunta, sino lanzar otra: “¿Qué quieres hacer?”
Es ahí, en el contacto con el deseo, con el querer, donde comienza la danza que hace camino.
La paradoja de esta cultura, curiosamente revela que, aún con caminos, dirección y carreras, aún encarrilados y dirigidos a una meta, no nos movemos. La pavimentación del destino funciona a costa de sedentarismo e inercia. El mensaje de esta cultura es claro: “Nosotros lo hacemos por usted, solo siéntese, déjese llevar y consuma”
Esa ha sido la experiencia del filósofo Xavier Rubert de Ventos, que magistralmente expuso en su libro “De la Modernidad”. Allí él cuenta que inició su reflexión a partir de un viaje en avión, donde al tomar el desayuno, intentó buscar la leche o crema para ponerle al café, pero al no encontrarla, solicitó ayuda a la azafata, la cual, con algo de fastidio, le señaló un potecito que no especificaba ni leche, ni crema, ni nada sustancial, solo decía “For your Coffee”… Así lo expresa Rubert:
“Se trataba de uno de estos mensajes, cada vez más numerosos, que nos cuesta al principio descifrar… porque son demasiado fáciles: porque no hay que ir a ellos sino que son ellos los que vienen a nosotros. El rótulo no indica qué hay en el bote sino para qué es; no describe el objeto sino que anticipa -y prescribe– mi uso del mismo. Las indicaciones de nuestro entorno ya no se dirigen entonces a nuestra comprensión sino a nuestra reacción; no se organizan en torno de nuestra posición sino de nuestra intención. Es por ello que para entender estos mensajes hemos de ajustar la retina y acostumbrarnos a mirar siempre un poco arriba, antes y adelante. Acostumbrarnos a no buscar lo que algo es sino para qué es. No atender a lo que queremos -un alimento, una persona, un país-, sino directamente a lo que en ello buscamos: el valor o el vigor, la amistad o la sensación nueva. Acostumbrarnos, en fin, a vivir en un entorno catafórico donde todo está anticipando alguna otra cosa -anticipando, casi siempre, nuestras propias reacciones. El último día en Nueva York había ido a la tienda «Sam Goodies» para comprar discos de Ruth Ettig y Ethel Morgan, dos cantantes de los cuarenta que son el primer recuerdo musical de mi infancia -una melodía que llegaba a mi ventana desde la Rosaleda, a través de una Diagonal silenciosa y húmeda. Le pregunté al vendedor en qué hilera podía encontrar estos discos ¿en «Melodías de Broadway», en «Vocalistas famosas»? «No, no; busque mejor en la sección “Nostalgia” También la taxonomía comercial se había hecho psicológica. También para adivinar dónde estaba un producto tenía que pensar ante todo en la presumible intención con que lo busco.”
El mensaje es simple “No piense, nosotros pensamos por Ud.” “No sienta, nosotros pre-sentimos por Ud.” “No se mueva, nosotros le llevamos lo que Ud. Necesite (Delivery)”
Todo se mueve para que no nos movamos. Este nuevo estadio del capitalismo ya prescinde de las cosas mismas, para vendernos las sensaciones que éstas nos producirían.
El gran hallazgo del sistema capitalista es que además de poder fabricar objetos, puede fabricar consumidores. Y es aquí donde reaparece la falta básica. Lo que este sistema necesita para continuar produciendo consumidores es mantener abierta, pulsante y sufriente la falta básica. Han entendido que sin satisfacción primaria (sin amor, contacto y caricias) el hombre se lanza a la búsqueda desesperada de objetos de satisfacción secundaria. Este sistema voraz, de producción y consumo, necesita y se sustenta en la falta de amor y contacto como motores del consumismo. Por eso penetra la educación con consignas contra la afectividad, la empatía y la ternura, asociándolas como peligrosas para la convivencia social (¡Cuidado, pueden derivar en abusos! les dicen a los educadores, que acaban por tener terror de tocar a un niño, por si los consideran abusadores).
No se necesita mucha perspicacia para poder entender que también la Biodanza puede ser tomada por este paradigma cultural. Si los facilitadores renuncian a la tarea de generar espacios vivenciales, con lo que esto implica de cambio, reflexión y desarrollo de la identidad y se dedican a la venta de sensaciones para el consumo masivo, estarán, aún hablando del principio biocéntrico, contribuyendo a una cultura de la disociación.
El movimiento no consiste sólo en responder a una música que nos mueve y a unos pasos que nos dicen cómo movernos, sino en que, desde una vivencia, sea nuestra identidad la que se expresa en movimiento.
El gran desafío del facilitador de vivencias (de Biodanza o de la técnica que sea) está en que, a través del proceso vivencial, las personas pasen de la pasividad inercial del consumir al movimiento activo del consumar. Consumir, viene del latín summis, que significa “lo más bajo”, consumir es llevar algo (la vida, el amor o la identidad, por ejemplo) al lo mínimo de sus posibilidades. Consumar en cambio, viene de súmmum, que significa “lo más alto”, es llevar algo a la suma de sus posibilidades. Al facilitar vivencias de empatía, ternura, contacto y continente, abrimos el espacio para el movimiento, o mejor, la danza, donde se realiza la consumación de lo que somos.
El acierto de errar
En los estados de regresión se hace más palpable y profunda la vivencia de la ausencia de límites y referenciales. Inicialmente, la sensación de “estar perdido” es muy intensa. Pero como la regresión en Biodanza se da en un contexto de continente estructurado y afectivo, el estar perdido deviene, en la mayoría de los casos, en una vivencia calma y placentera. Posteriormente, el perder-se se busca ya como espacio de libertad.
¿Qué consecuencias se pueden esperar de la vivencia de estar perdido? Bueno, en primer lugar, cuestionar desde la vivencia el “rumbo” que ha tomado nuestra vida hasta ahora. Y en consecuencia, si es alguna meta la que me mueve o si en mi movimiento me atrevo a errar haciendo mi propio camino. Y pongo énfasis en el doble sentido de la palabra errar, de error y errancia, ya que las metas impuestas como mandatos, no admiten error alguno, por lo que en estos casos, errar está asociado a la falta y por lo tanto a la culpa (“Serás lo que debas ser o si no, no serás nada”) Aceptar la posibilidad del error e parte de asumir el propio camino en el ser errante: “Seré lo que quiera y pueda ser y seré yo mismo”
Es muy significativo aquí observarel casode Heidegger, que en su postura anti-humanista y onto-teo-lógica vuelve al complejo de autoridad sagrada, colocando al ser como misterio y relegando al error al grado de no-verdad:
“El hombre entregado a la más próxima accesibilidad de lo ente es insistente. Pero sólo insiste en cuanto ya ex-siste, desde el momento en que acepta a lo ente como tal medida normativa. Pero al tomar medidas la humanidad se aparta del misterio. Ese insistente entregarse a lo accesible y ese ex-sistente apartarse del misterio son inseparables. Son una y la misma cosa. Ahora bien, tales entregarse a… y apartarse de… siguen la orientación de un giro propio del dar vueltas de aquí para allá del Dasein. Esta inquietud del hombre, que se aparta del misterio para volcarse en lo accesible, y que le hace ir pasando de una cosa accesible a otra, pasando de largo ante el misterio, es lo que llamamos el errar. El hombre anda errante. No es que el hombre caiga en el errar. Si está siempre sujeto a dicho errar es porque, ex-sintiendo, in-siste y, de este modo, ya está en el errar. El errar por el que atraviesa el hombre no es algo que, por así decir, se limite sólo a rozar al hombre, algo parecido a un foso en el que a veces cayera, sino que el errar forma parte de la constitución íntima del ser-aquí en que se halla inmerso el hombre histórico. El errar es el campo de acción de ese giro en el que la ex-sistencia in-sistente da vueltas y se vuelve a olvidar siempre de sí y a confundirse de nuevo. El ocultamiento de lo ente oculto en su totalidad reina en el encubrimiento del respectivo ente que, en cuanto olvido del ocultamiento, se convierte en un errar.
Heidegger. “La esencia de la verdad”.
En cambio Michel Maffesoli consigue entender el valor social de la vivencia de la errancia:
“¿No será que el drama contemporáneo es provocado por el hecho de que el impulso de la vida errante tiende a resurgir en lugar de o contra el confinamiento domiciliario que predominó durante toda la modernidad? Durkheim pudo hablar de una “sed de lo infinito” siempre presente en todas las estructuras sociales. Es posible que esta “sed de lo infinito’; de una manera más o menos consciente, por vías más o menos indirectas, esté de nuevo en boga. Podemos, a este respecto, recurrir al mito y recordar que cuando la ciudad de Tebas estaba a punto de sucumbir a la languidez, bastante bien administrada por el sabio Prometeo, las mujeres de la ciudad fueron a buscar al turbulento Dionisio. Meteco, sexualmente ambiguo, más cercano a la naturaleza que a la cultura, Dionisio viene a revigorizar la ciudad, y, por la misma razón, le confiere otra vez sentido a un estar juntos bastante desgastado. Es el bárbaro que inyecta sangre nueva a un cuerpo social lánguido y demasiado ablandado por el bienestar y la seguridad que se programaron verticalmente.”
Y al fenómeno del error y la errancia, Maffesoli le integra un elemento fundamental e inseparable que es la sombra.
En efecto, como lo indica C. G. Jung, Satán es el “hijo errante” de Dios. Hijo errante que podemos comparar con el caballero en busca del Grial: al pasar por dificultades, errores, adversidades y otros entuertos, la naturaleza humana logra asumir e integrar su lado oscuro!” Viviéndolo de un modo a veces paroxístico, el nómada aprende, a través de un “saber incorporado” (somático); que también está hecho de barro. Comprende así que el “mundus es inmundus”, y que más le vale vivir esa realidad. Al hacerlo, al vivir situaciones transitorias, ritualiza y domestica el gran devenir cuya expresión más acabada es la muerte. Esto es lo que recuerda el orgiasmo dionisíaco: la pequeña muerte sexual es una manera homeopática de reconocer que el hombre es un “ser para la muerte”.
Entonces errar es danzar o, como dice Maffesoli, domar el gran devenir. La vivencia del movimiento en la danza, es la vivencia del instante sin rumbo fijo de antemano. “Ningún camino lleva a ninguna parte”, le dice el indio Don Juan Matus al antropólogo Carlos Castaneda, “lo importante es si tiene corazón”.
“Recuerda que un sendero es sólo eso: una senda. Si sientes que no debes seguirlo, no lo sigas. Para poseer tal claridad, deberás llevar siempre una vida disciplinada. Sólo entonces llegarás a saber que una senda es sólo una senda, y que no debe haber afrenta para ti ni para otros por abandonarla, si eso es lo que tu corazón te pide. Pero tu decisión de seguir en la senda o de abandonarla, deberá estar libre de temores y ambiciones.
Te advierto. Debes mirar cada sendero con mucha atención. Pruébalo tantas veces como lo creas necesario. Luego pregúntate a ti, y a ti solamente, una pregunta…
¿Tiene corazón este sendero?
Todas las sendas son iguales; no conducen a ninguna parte. Son senderos que cruzan el matorral o se internan en el matorral. En mi propia vida puedo afirmar que he recorrido senderos largos, muy largos, pero no he llegado a ninguna parte. La pregunta de mi benefactor tiene ahora sentido. ¿Tiene corazón este sendero? Si lo tiene, el sendero será bueno. Si no, no sirve.
Ambos senderos conducen a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno significará un viaje alegre; mientras lo recorras, serás parte de él. El otro puede arruinar tu vida.
Uno te hará fuerte; el otro te debilitará.
El problema es que nadie se hace la pregunta, y cuando un hombre termina por comprender que ha seguido un sendero sin corazón, dicho sendero ya está por matarlo. En ese punto, son pocos los hombres que pueden detenerse a pensar y abandonar el sendero.
Una senda sin corazón nunca podrá ser disfrutada. Tendrás que esforzarte incluso para recorrerla. En cambio, una senda con corazón es fácil, no te obligará a esforzarte para disfrutar de ella. Para mí sólo tiene sentido recorrer los senderos que tienen corazón. En cualquier senda que pueda tener corazón, allí viajaré, y el único desafío que vale la pena, es recorrerla en toda su extensión,
viajando, buscando, buscando sin aliento.”
© copywrite Carlos García Abril 2013