La génesis de la acción ética, no debemos buscarla en la educación o la cultura, sino en la primera infancia, o más precisamente en el primer año de vida, donde se imprimen los primeros rasgos de nuestra identidad. Posteriormente, la educación y la cultura jugarán un rol importante, pero sobre las bases afectivas que serán su sustrato.
Para poder ingresar en el universo afectivo de los primeros momentos de nuestra vida, utilizaré el aporte de un gran psicoanalista llamado Michael Balint, autor del libro “La Falta básica”. Lo que nos muestra este abordaje es la importancia fundamental que tiene el afecto, al que Balint denomina amor primario, en comparación con el concepto de narcisismo primario de Freud. Por falta, Balint no se refiere sólo a un sinónimo de error sino a algo semejante a una imperfección geológica, por eso tal vez la traducción más adecuada debiera ser falla. Una falla que esencialmente es falta de amor y cuidado, en forma de ternura y caricias. Nacer significa para nosotros, como para todos los mamíferos, una ruptura con el mundo orgánico fusionado en el cuerpo de la madre, pero a diferencia del resto de los mamíferos, los homínidos nacemos prematuramente, con lo que nos vemos en la necesidad de prolongar ese útero orgánico en otro espacio amniótico que es el ambiente afectivo. Los brazos de la madre o de quien ocupe su lugar, son como un útero externo para el bebé humano, que en los primeros meses es aún un mamífero homínido, que luego se irá humanizando, es decir, se irá incorporando al mundo simbólico, del lenguaje y la cultura. El proceso de humanización desde la falta, se hace más claro a partir del acceso del niño a la conciencia de sí, (algo que sucede más o menos entre los dos y tres años) donde se comienza a distinguir entre yo y los otros. También surgen por esta época sentimientos como la vergüenza y el miedo, que como veremos, van forjando la conciencia moral.
En esta etapa, el niño ya no reclama solo biológica u orgánicamente por el amor primario que necesita (es decir llorar y responder somáticamente) sino que responde más a las expresiones de aprobación o desaprobación de los otros, a las que va identificando como formas de amor. De esta manera, cambia la necesidad de satisfacción primaria por objetos de satisfacción secundaria, algo que llevará toda la vida. Estos objetos de satisfacción secundaria comienzan por ser la aprobación, el reconocimiento como pertenencia, y los premios o recompensas. El niño comienza a sentir que si obedece y se somete a la voluntad de los adultos, es aprobado. Más tarde será la evaluación, el reconocimiento como parte de una organización o religión, los títulos y las posesiones, dinero y sobre todo poder y dominio.
Desde niños escucharemos “Eso está bien” o “Eso está Mal”. El bien y el mal son parámetros externos que establece la autoridad, que en principio son el padre o la madre y luego será la maestra, el policía, el jefe, etc. Erich Fromm lo ejemplifica como moral autoritaria en oposición a la ética humanista. “Tanto el aspecto formal como el material de la moral autoritaria, se manifiestan en la génesis del juicio moral del niño y en el juicio irreflexivo de valor del adulto medio. Los fundamentos de nuestra capacidad para diferenciar lo bueno y lo malo, se establecen en nuestra infancia, primero en relación con funciones fisiológicas y después en relación con asuntos más complejos de la conducta. El niño adquiere un sentido de distinción entre bueno y malo antes de conocer la diferencia por medio del razonamiento. Sus juicios de valor se forman como resultado de las reacciones cordiales u hostiles de las personas que ocupan un lugar de importancia en su vida. En vista de su completa dependencia del cuidado y del amor del adulto, no es asombroso que una expresión de aprobación o desaprobación en el semblante de la madre sea suficiente para “enseñar” al niño la diferencia entre lo bueno y lo malo. En la escuela y en la sociedad actúan factores similares (…). Esta intensa presión emocional impide al niño, y posteriormente al adulto, inquirir críticamente si lo “bueno” en un juicio significa bueno para él o para la autoridad (…). De igual manera, puede calificarse como bueno a un niño si éste es dócil y obediente. El niño “bueno” puede estar atemorizado e inseguro, queriendo solamente complacer a sus padres sometiéndose a su voluntad, mientras que el niño “malo” puede poseer una voluntad propia e intereses genuinos que, sin embargo, no son del agrado de sus padres.”
La importancia de la afectividad para la génesis del fenómeno de la ética es esencial. Si nos preguntamos ¿cuales son las causas de que nuestro mundo haya optado por la moral y no por la ética, o mejor, ¿Por qué la moral desplazó a la ética? Habremos de decir que las causas son afectivas. Y cuando escuchemos a cerca de la crisis moral de nuestro tiempo, donde se supone que todos los valores están trastocados. Deberíamos responder que la crisis no es moral si no afectiva, no son los valores los que están trastocados, sino que hemos puesto valores abstractos donde debiera estar el amor. Hoy pensamos que tenemos que cambiar nuestros valores en lugar de reflexionar sobre ¿cual es el valor del amor en nuestro mundo?
El querer como fundamento
Como hemos expuesto, privar al niño que fuimos del amor primario, significó privarlo de nutrición primaria. Ese hambre de afecto, nos lleva a buscarlo en formas sustitutas o secundarias, pero en el fondo… es hambre de amor. Todos los poderosos y grandes acumuladores de dinero, los que se presentan a través de sus títulos y honores, quieren lo mismo: ser amados. Lo que cambian son las formas de buscarlo, hasta transformarse, incluso, en formas perversas de la búsqueda del amor. Pero al quitarnos el alimento primario, no solo cambiamos amor por aprobación, sino que cambiamos querer ser por deber ser. El querer, que es el impulso básico del desarrollo de la identidad y de la acción ética, es sacrificado en el altar de la obediencia. Otra vez Fromm nos ilustra este aspecto:
“El Antiguo Testamento, en el relato de los orígenes de la historia del hombre, ofrece una ilustración sobre la moral autoritaria. El pecado de Adán y Eva no está explicado en términos del acto mismo; el comer del árbol del conocimiento del bien y del mal no fue por sí mismo una mala acción. En efecto, tanto la religión judía como la cristiana están acordes en afirmar que la facultad de diferenciar entre lo bueno y lo malo es una virtud básica. El pecado fue la desobediencia, el desafío a la autoridad de Dios, quien tuvo temor de que el hombre, habiendo “llegado a ser como uno de Nosotros, conociendo lo bueno y lo malo” podría “estirar su mano y tomar también del árbol de la vida y vivir para siempre”. Es decir, que el pecado de Adán y Eva es que pudieran hacer lo que quisieran, que es lo que sustancialmente representa el árbol de la vida.
De ahí nos vienen esos argumentos de miedo que nos dicen: “ Si cada uno hiciera lo que quisiera, este mundo sería un caos” o “Si cada uno hiciera lo que quisiera, podría querer hacer daño a otros, incluso matarlos”. A lo que habremos de responder, en primer lugar, que en este mundo nadie hace lo que quiere y es así mismo un caos, donde la violencia es constante, sobre todo de parte de aquellos que se supone que son representantes de la moral. Las religiones son fuente ancestral de mandatos morales y sin embargo han sido causa de las mayores atrocidades de las que se tenga memoria. Los seres humanos que se llaman a sí mismos religiosos y morales han matado en nombre de Dios a millones de personas a lo largo de la historia, en particular a aquellos que han pretendido desafiar a la moral y han pretendido vivir como querían.
El querer no implica en sí mismo un impulso destructivo, solo demanda satisfacción afectiva. Y solo a través de la represión se torna neurótico o perverso. No está demás aclararlo, pero no es lo mismo el egoísmo que el egocentrismo. Egoísmo es el nombre que, de forma descalificadora, la moral utiliza para referirse a la necesidad que todos los seres humanos tenemos de satisfacciones básicas. El egoísmo y el altruismo son fuerzas convergentes, ya que, si se me permite, solo los egoístas pueden ser altruistas. Es el deseo de estar plenamente satisfecho lo que me lleva a dar lo mejor al otro, si el otro no se encuentra bien, si expresa dolor, eso me perturba y atenta contra mi satisfacción. El egocentrismo es otra cosa, es una patología que consiste en no reconocer a ningún otro que no sea yo mismo. Curiosamente, el egocentrismo se desarrolla en sujetos que han sido profundamente insatisfechos o abandonados afectivamente. El psicópata es un claro ejemplo de comportamiento egocéntrico.
La vinculación con el querer es esencial para el desarrollo de la ética. La pregunta de la ética es “qué quiero hacer” y no “qué debo hacer”. Qué quiero para mi vida, cómo quiero vivir, dónde, con quién, son formas de expresión del querer. Y el querer es en esencia lo que no puede ser ordenado desde afuera, ya que si le ordeno a alguien “haz lo que quieras”, generaré una paradoja. Porque si me obedece, no hace lo que quiere, y si no lo hace tampoco. Así lo expresa Savater: “Haz lo que quieras es abandonar lo que nos rige desde el exterior y enfocarse a lo que la propia voluntad reclama desde el fuero interno. La misma contradicción que hay en Haz lo que quieras (que así como abre una infinita gama de posibilidades, puede reducirla a una elección entre dos), se presenta en la libertad, pues no somos libres de elegirla o no, sino que estamos condenados a la libertad, como afirmó Jean−Paul Sartre. Para no reducir la frase a un simple capricho, es importante establecer prioridades entre los deseos repentinos y aquellos a largo plazo. La ética es alcanzar la buena vida humana, que es la que incluye relaciones con otros seres humanos, no a costa de ellos”.
Consecuencias grupales y sociales de hacer lo que se debe o lo que se quiere
Como facilitadores de Biodanza, ¿tenemos que inducir en nuestro grupo cómo las personas deben moverse o cómo se debe hacer un ejercicio? Ej.: una caricia, fluidez o la forma de realizar un encuentro. ¿O nuestro rol es que puedan encontrar cómo quieren moverse o cómo quieren ser contenidos o acariciados, o simple y básicamente, cómo cada uno de los integrantes del grupo quiere ser? El temor a que el otro determine cómo o quién quiere ser procede de la pretención de que yo sé lo que es bueno para el otro. Pero les pregunto: ¿Un facilitador es alguien que sabe lo que es bueno para los demás, porque se formó en Biodanza o Psicología o Medicina? La pretención de saber lo que es bueno para el otro, o mejor que lo que él o ella quiere, está en la base de todos los autoritarismos violentos de nuestra sociedad: no sólo en la actitud sobervia de muchos profesionales, sino también en el patriarcado machista, en el racismo, en la homofobia, en el clasismo social y en la violencia política y económica. Biodanza está llamada a ser algo más que una terapia corporal o un sistema de integración. Está llamada a ser una pedagogía ética de la libertad en un sistema social de represión de la vida. Si reproducimos dentro de un grupo de Biodanza los mismos esquemas que nos llevaron al moralismo neurotizante ¿qué sentido tiene hacer Biodanza?
La vivencia como posibilidad y no como necesidad.
En la grecia Antigua la necesidad era una diosa: Ananké. Según la tradición órfica al principio del cosmos estaba Hidro (agua), del cual se formó la forma fangosa de Gea (tierra) y Tesis (creación). De estos dioses nacieron entonces todas las otras deidades griegas. Ananké nació de una unión de Hidro y Gea.
Ananké entonces se asociaría con otro hijo de Hidro y Gea, Cronos (Tiempo). Luego Platón sugeriría que Ananké era la madre de los Destinos (Moiras) desde esta unión con Cronos. Esto está en consonancia con la creencia de que Ananké era la diosa que dirigía el destino de todos los dioses y también de los mortales. En la mitología romana era llamada Necessitas, madre de las Parcas. De acuerdo con los mitos griegos y latinos, la necesidad está siempre asociada a la muerte o destino ineluctable (parcas). Esto significa que la necesidad es siempre coactiva. Todo lo que deviene necesario lo hace bajo amenza de muerte. Por ejemplo, vamos al médico sólo cuando es estrictamente necesario, es decir, cuando estamos enfermos y la muerte se ve cercana. Y el médico nos someterá al tratamiento necesario, ¿durante cuánto tiempo? Preguntaremos. Respuesta: durante el tiempo necesario. Si nos arrojamos desde un precipicio, sabemos que necesariamente nos estrellaremos contra el suelo, y si no hacemos el tratamiento médico, necesariamente moriremos. La necesidad nos obliga y es compulsoria, pero es coherente en relación con el instinto de conservación; para conservar o potenciar la vida hacemos lo todo lo necesario. Por todo lo antes dicho, la necesidad y la moral se conjugan muy bien. Los mandatos morales se presentan siempre como necesidades imperiosas, necesario es lo que se debe hacer. El problema aparece cuando trasladamos la necesidad al plano del deseo y del querer ser, es decir, al plano de la ética. El campo de la ética no es el de la necesidad sino de la posibilidad. Lo necesario no es lo que quiero, lo que quiero se me presenta como lo posible. Y en este sentido, el desarrollo humano representa nuestras posibilidades. Spinoza decía “No sabemos lo que puede un cuerpo” y nosotros podríamos expresarlo en estas preguntas: ¿Has expresado la vitalidad posible?, ¿Has amado todo lo posible? o ¿Has creado o expandido tu conciencia lo posible? ¿O sólo lo necesario?. No amamos a nuestra pareja sólo lo necesario para que no se vaya; eso sería muy triste y un desperdicio de las posibilidades del amor. El desafío es amar todo lo posible. Pero lo que define el cuantum de posibilidades no son sólo los límites del ambiente, esencialmente lo define el querer con el que encaramos esas posibilidades. Y aquí viene la pregunta para nosotros los facilitadores: ¿Hacer biodanza es necesario o es posible? Yo me inclino porque hacer Biodanza es una posibilidad, y para abrazar esta posibilidad hay que querer hacerlo. No se puede obligar. Nadie puede decirnos Debes hacer Biodanza porque lo necesitas. Quienes vienen a hacer Biodanza con nosotros, vienen en su mayoría porque quieren y permanecen en cuanto quieren. La función de la vivencia en la facilitación es generar nuevas posibilidades de movimiento, de emoción de encuentro, de vinculación con otros. Posibilidades que estaban reprimidas por estar apegados a los mandatos de la necesidad. Cada ejercicio de Biodanza abre nuevas posibilidades para el participante del grupo. Ahora bien, para acceder plenamente a esas posibilidades ,hay que querer hacerlo; no se puede hacer por madato o por deber.
Había en las paredes de la facultad de psicología de la UBA un chiste simplón que me sirve de ejemplo. Decía “¿Cuántos psicólogos se necesitan para cambiar una lámpara?” Repuesta: “Sólo uno, pero la lámpara tiene que querer cambiar” Y sé que para los nuevos facilitadores una cuestión se hace imperiosa: “Este mundo enfermo necesita hacer Biodanza” La respuesta puede ser la misma: “Sí, pero el cambio de la enfermedad hacia un paradigma de salud pasa por querer hacerlo”. Por eso mostrémosle al mundo las posibilidades de Biodanza. Mostremos lo que Biodanza puede hacer y luego seamos receptivos a los que quieran abrazar estas posibilidades, sin obligar a nadie.
Hasta la Próxima
Carlos Garcia